Buscar

jueves, 10 de abril de 2014

La ciudad en llamas

Por: Fernando César López

Escasos son los días que han pasado desde aquel súbito levantamiento armado, en el pueblo de Dolores la madrugada del 16 de Septiembre de 1810, de un pequeño y desorganizado ejército popular, conformado por los grupos sociales más pobres y excluidos de la sociedad novohispana; siguen fervientemente las ordenes principalmente, de un humilde y carismático cura de pueblo, que ha surgido repentinamente del anonimato, dispuesto a terminar con las injusticias sociales que han imperado desde tiempos inmemorables.
José Antonio Riaño, intendente de la ciudad de Guanajuato, se ha enterado de que el creciente ejercito de Hidalgo, se aproxima rápidamente. Nervioso y temeroso, Riaño, a partir del 18 de Septiembre, convoca a todos los habitantes de Guanajuato, a preparar la defensa de la ciudad minera. Es común ver la construcción de las trincheras y fosas en la ciudad, por parte de los ciudadanos, e incluso menciona Lucas Alamán que la plebe “se había manifestado bien dispuesta cuando el intendente hizo tocar generala el día 18; (y que) acudió también en gran número armada de piedras, y ocupó los cerros, las calles, las plazas y las azoteas de las casas, en la madrugada del día 20….”.


Los ánimos se agitan y convulsionan constantemente entre cada ciudadano en defensa de su querido hogar. Pero Riaño teme. El miedo termina por apoderarse de su endeble voluntad, permeada solo por la cobardía y la traición. El intendente y los acaudalados de la ciudad prefieren salvaguardarse (tanto ellos como sus pertenecías) antes que perder la vida, dejando al pueblo abandonado a su suerte. Una vez más, sus intereses y privilegios por encima del bien estar común.
Un miembro del ayuntamiento de Guanajuato relata tristemente que “…el lunes 24 a las 12 de la noche, por no hacer ruido, mandó pasar todo el caudal de Real hacienda y de ciudad depósitos, etc., todo el azogue y cuanto había de precioso, a la Alhóndiga nueva de esta ciudad de Granaditas. Este edificio es una verdadera fortaleza y acaso la única que hay en el reino… allí acopiaron de municiones de guerra muchas cargas de pólvora, bombas y frascos de fierro en donde viene el azogue, con metralla y pólvora, armas de todas clases… Nosotros desaprobamos su conducta, porque había desamparado la ciudad, pues luego que se fue allí mandó quitar los fosos y trincheras de las calles. Le suplicamos que volviera a ampararnos, pero no se pudo conseguir.”
El pueblo había soportado ya varias injusticias y agravios anteriores, especialmente las clases bajas. No están dispuestos a defender una causa que no les pertenece. En cambio, el movimiento de Hidalgo resulta prometedor. La justicia del cura es también la justicia de la plebe; de los indios; de los peones; de los rancheros y jornaleros. No hay más que decir. La lucha armada es inevitable.
Finalmente, Hidalgo y su ejército entran a la ciudad. El frenesí y la locura se apoderan de los insurgentes. Torrentes de personas corren por las calles de la ciudad, liberando presos en las cárceles, y gritando fuertes vivas a la América y la virgen de Guadalupe. La batalla ha comenzado…
El ejército de Hidalgo no posee artillería y sin embargo, deciden atacar la alhóndiga. Los soldados en el fuerte descargan sus balas contra los miles de indios, que contestaban a su vez, con la enorme pedriza que termina por ensombrecer el cielo. Continua el ataque durante todo el día, sin obtener ningún resultado hasta la aparición de una figura legendaria, un símbolo más que un personaje, llamado Juan José de los Reyes, conocido como el Pípila, que representa a uno o varios mineros (en las crónicas no se especifica cuantos son) que valientemente ponen sobre su espalda una loza para evitar las balas y quemar exitosamente, la puerta de la alhóndiga.
El alud enfurecido irrumpe. El puño de la insurgencia, lleno de odio e ira, termina por consumirlo todo; los españoles dentro de la alhóndiga, son saqueados y masacrados. La clemencia no existe para ellos. No queda nadie con vida. Hidalgo intenta detener la barbarie, pero la situación es insostenible. Se han desatado, con la caída de esta ciudad, 300 años de injusticias, maltratos y opresión. Tarde o temprano, cada territorio de la Nueva España terminara acaeciendo bajo las crueles y vengativas llamas del fuego insurgente.
La toma de la Alhóndiga de Granaditas que aconteció durante el inicio de la guerra de independencia en el año de 1810, nos recuerda que, como toda revolución, tuvo excesos, errores y logros, pero sobre todo, sembró la inquietud por una sociedad más justa y una nación independiente.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario